Enrique del Rivero 13 de octubre, 2022 · 2 minutos
Una nublada tarde otoñal de hace 40 años tuve mi primer contacto con el monasterio de Rioseco. El impacto que me causó su contemplación sigue muy vivo en mi memoria. Recuerdo la emoción de abrirme paso entre la espesa vegetación que protegía el lugar hasta conseguir entrar en su iglesia. El templo, que aún no había pasado por las manos de los saqueadores, seguía manteniendo su sobria elegancia cisterciense gracias a que había servido de parroquia hasta unos años antes. El resto de las edificaciones si que estaban dejadas de la mano de Dios, algo que era muy evidente al asomarse al esqueleto del claustro herreriano, abrazado por la hiedra y con los árboles buscando el cielo entre las descarnadas bóvedas de sus cuatro crujías.
Volví muchas veces a Rioseco para tener el dudoso honor de documentar fotográficamente su progresiva depredación. Lo que sí me llena de ‘orgullo y satisfacción’ es el haber publicado en 1989, en Diario 16 de Burgos, el primer articulo periodístico en el que se hablaba de Rioseco y su lamentable estado de conservación.
Pero tuvieron que pasar muchos años hasta que un grupo de entusiastas convirtieron a Rioseco en un catalizador para Las Merindades. Gracias a ellos no solo se ha conseguido salvar un valioso recurso patrimonial, sino que también su voluntarioso esfuerzo está sirviendo para dinamizar social y culturalmente una comarca que sufre la imparable despoblación del mundo rural.
Por algo el proyecto ha recibido el Premio Hispania Nostra 2022 en la categoría de "Conservación del Patrimonio como factor de desarrollo económico y social".
Enhorabuena a todos los implicados.