Enrique del Rivero 19 de julio, 2020 · 5 minutos
En el verano de 1925 Rafael Alberti, uno de los más señalados representantes de la Generación del 27, recorrió la provincia de Burgos acompañando a su hermano Agustín, a la sazón representante para toda España de los vinos y licores de la prestigiosa casa Osborne. El joven poeta que, solo tenía 22 años, aprovechó el viaje para escribir su libro de poemas La amante: la más original y bella guía de viajes que jamás se haya escrito sobre Burgos y su provincia. La íntima relación que el famoso escritor gaditano mantuvo con las tierras burgalesas no solo se quedó en sus poemas ya que unos años más tarde se casaría con la escritora María Teresa León muy vinculada también a Burgos. Pero esa es otra historia que algún día contaremos.
Natural de El Puerto de Santa María, todos los ancestros de Alberti eran de origen italiano y estaban relacionados con el mundo de los afamados vinos y licores de la zona. Pero a principios del siglo XX la competencia se hizo muy dura y las bodegas de su padre, Vicente Alberti, acabaron arruinadas y absorbidas por los Osborne. El patriarca de los Alberti se convirtió así en el primer gerente y representante de la casa Osborne para España. El empleo, que no era malo, obligó a toda la familia a desplazarse a Madrid.
En la capital, aunque lejos de su añorado mar de la infancia, Rafael continúa con sus dos pasiones, la pintura y la poesía. Pero el prematuro fallecimiento de su padre da un vuelco a su vida y le obliga a incorporarse al negocio familiar como viajante de vinos y coñacs.
En el verano de 1925 el ya reconocido poeta —acababa de recibir el Premio Nacional por su Marinero en tierra— emprende un viaje con su hermano Agustín por Castilla la Vieja para abrir nuevos mercados a sus vinos; también con la intención de descubrir ese bravo mar del norte que aún no conocía. Alberti viaja con los ojos bien abiertos y la pluma dispuesta para plasmar las vivencias que encuentra a su paso. Los hermanos se detienen en todas las localidades importantes de la ruta y Rafael, además de ejercer de magnífico corredor de vinos, no pierde oportunidad —gracias a su elegante porte y su gracejo andaluz— de pregonar su poética misión. Y así, como nos cuenta en La arboleda perdida, se detiene en Aranda de Duero para declamar estos versos:
¡Castellanos de Castilla, nunca habéis visto la mar!
¡Alerta, que en estos ojos del sur y en este cantar yo os traigo toda la mar!
¡Miradme, que pasa la mar!
Después transitan por Gumiel de Izán, Gumiel de Mercado, Sotillo de la Ribera, La Horra, Roa, Peñaranda de Duero —incluso visitan las ruinas de Clunia—, La Vid, Huerta de Rey, Salas de los Infantes, Quintanar de la Sierra, Canicosa de la Sierra y alcanzan Santo Domingo de Silos, donde se detienen unos días para descansar en su afamado monasterio.
El poeta se vio sorprendido por la acogedora hospitalidad, el sosiego que transmitían los cantos gregorianos y la riqueza artística del conjunto. Enseguida simpatizó con varios de los monjes, en especial con fray Justo Pérez de Urbel (que por esas cosas del destino sería el primer abad del Valle de los Caídos) y fray David, el boticario, a quien no pudo arrancarle la secreta fórmula del milagroso licor benedictino.
Lo que sí consiguió es que los más jóvenes novicios, al amparo de la noche y de las aisladas celdas, descubrieran las propiedades tónicas, digestivas y, un poco, embriagadoras, del mejor de los vinos de Osborne que representaban los Alberti: el Jerez Quina.
El periplo continuó por Covarrubias, Lerma, Burgos, Peñahorada, Valle de Valdivielso, Villarcayo y Medina de Pomar.
De vuelta del litoral cantábrico, cruzando por el puerto de Orduña, el vate viajero nos dejó constancia de sus sensaciones en Miranda de Ebro, Pancorbo, Belorado, Pradoluengo, Madrigalejo del Monte y para finalizar, de nuevo Aranda.
Merece la pena leer los últimos versos dedicados a la provincia burgalesa en La amante:
Verdes erizos del mar. ¡Dos puntiagudos y fieros!
El uno para ti, Duero. Duero, para ti, de mí.
El otro ya no está aquí, que vive, alegre, en el Ebro.
Ebro, para ti, de mí.
Os dejamos algunos de los poemas de ´La amante´
ARANDA DE DUERO
Madruga, la amante mía,
madruga, que yo lo quiero.
En las barandas del Duero,
viendo pasar la alba fría,
yo te espero.
No esperes que zarpe el día,
que yo te espero.
SOTILLO DE LA RIBERA
Di, ¿por qué no nos casamos?
—Sotillo de la Ribera—.
Mira el cura.
¡Cómo fuma,
y como nos dice adiós,
y como unirnos quisiera!
DE ARANDA DE DUERO
A PEÑARANDA DE DUERO
¡Castellanos de Castilla,
nunca habéis visto la mar!
¡Alerta, que en estos ojos
del sur y en este cantar
yo os traigo toda la mar!
¡Miradme, que pasa el mar!
CLUNIA
Siéntate en las graderías,
y mira la mar —el campo
de Castilla—.
Aquí canta la culebra,
le escupe verde el lagarto,
y el viento parte las piedras,
moviendo, hundido, los cardos.
DE SALAS DE LOS INFANTES
A QUINTANAR DE LA SIERRA
Al pasar por el Arlanza,
un navajazo de frío
le hirió la flor de la cara.
¡Mi sangre, el amante mío!
¡Se me olvidó mi bufanda!
DE CANICOSA DE LA SIERRA
A SANTO DOMINGO DE SILOS
No quiero pasar de noche,
sin luna, el desfiladero.
No quiero.
Que no lo quiero pasar,
porque no veo lo hondo,
lo hondo que va el pinar.
COVARRUBIAS
Con las lluvias no podré
bañarme en el río, amante,
que viene el cuerpo del agua
herido y envuelto en sangre.
LERMA
Arriba, el balcón del frío,
las balaustradas del aire,
el cielo y los ojos míos.
Abajo, el mapa: tres ríos
y un puente roto, sin nadie.
BURGOS
Tu cangrejo de río
me ha enamorado a mí.
Pero el cangrejo mío,
el de la mar, a ti.
BURGOS
¡Por mis más negros difuntos,
dime! No sé de que eres,
Cristo moreno de Burgos,
no.
—De piel de búfalo dicen,
dicen que de piel de búfalo,
yo.
DE BURGOS A VILLARCAYO
Castilla tiene castillos,
pero no tiene una mar.
Pero sí una estepa grande,
mi amor, donde guerrear.
Mi pueblo tiene castillos,
pero además una mar,
una mar de añil y grande,
mi amor, donde guerrear.
VALLE DE VALDIVIELSO
¡Arriba, arribita, arriba!
—¡Buenas tardes, río Ebro!
¡Arriba, abajo, arribita!
—¡Ten, para ti, mi sombrero!
SIERRA DE PANCORBO
Ya no sé, mi dulce amiga,
mi amante, mi dulce amante,
ni cuales son las encinas,
ni cuales son ya los chopos,
ni cuales son los nogales,
que el viento se ha vuelto loco,
juntando todas las hojas,
tirando todos los árboles.
MADRIGALEJO DEL MONTE
Aquí los mataron, vida,
aquí los mataron.
Eran mis buenos amigos,
vida,
y aquí los mataron.