Enrique del Rivero 13 de agosto, 2020 · 6 minutos
En Burgos sigue latiendo con intensidad la memoria de El Cid Campeador, el personaje más famoso de toda su historia. Además, la ciudad es uno de los hitos fundamentales, del Camino del Cid una original iniciativa turística inspirada en los itinerarios descritos en “El Cantar de Mio Cid”. La capital del Arlanzón está repleta de enclaves cidianos que recuerdan la presencia, legendaria o real, de Rodrigo Díaz de Vivar. Entre todos destacan el Solar del Cid, la iglesia de Santa Águeda, la Catedral —en la que están enterrados sus restos—, el arco de Santa María, el monumento sobre la glera del Arlanzón, el puente de San Pablo y la estatua ecuestre que preside la plaza de Mio Cid.
A un paso del arco de San Martín, dentro de la muralla y muy cerca del lugar donde se ubicaba una de las mayores sinagogas de la judería de Burgos, se localiza el “Solar del Cid”. Un escueto monumento diseñado por el artista José Cortés y erigido por la ciudad en 1784, que recuerda el lugar en el que según una tradición sin fundamento y vinculada al monasterio de Cardeña, estaba la casa familiar del más legendario héroe burgalés.
Lo que si parece real es que Rodrigo Díaz de Vivar pasó en Burgos largas temporadas cuando era niño y estaba al servicio del príncipe Sancho. También hay investigadores que afirman que su matrimonio con Jimena se pudo celebrar en la ciudad del Arlanzón. En los últimos años se han realizado tres sucesivas campañas de excavaciones arqueológicas en el Solar del Cid en un intento de interpretar el origen del lugar.
No muy lejos del Solar del Cid se descubre la iglesia de Santa Águeda, en el antiguo emplazamiento donde se alzaba el templo juradero de Santa Gadea. Según la leyenda cidiana, en este lugar exigió El Cid el famoso juramento al rey Alfonso VI. El Cantar de Mio Cid nos narra el gran enfado que tenía contra don Rodrigo este monarca castellano: “Antes de hacerse de noche a Burgos llegó su carta con muy grandes precauciones y firmemente sellada: <<Que a mio Cid Ruy Díaz nadie le diese posada, y a aquel que se la diese, supiese muy ciertamente que perdería sus bienes y aun los ojos de la cara; y aun mucho más, los cuerpos y las almas>> (Cantar, 23)
Los huesos del Cid han dado muchas vueltas desde su muerte en Valencia en 1099. La mayor parte del tiempo, aunque con distintas ubicaciones, descansaron en el monasterio de San Pedro de Cardeña. Pero en 1809 y tras el saqueo del cenobio por la soldadesca francesa, el general Thiebault, a la sazón gobernador militar de Burgos y que sentía devoción por el héroe castellano, decidió su traslado hasta un mausoleo instalado en el paseo del Espolón.
Tras la marcha de los ejércitos napoleónicos, los huesos que sobrevivieron —muchos de ellos como auténticas reliquias se repartieron por buena parte de Europa— fueron devueltos a Cardeña. Pero nadie contaba con las desamortizaciones y el abandono del monasterio, así que los huesos del Cid volvieron hasta la capilla del Ayuntamiento de Burgos. Por fin, en 1921 y dentro de los actos conmemorativos del VII centenario de la construcción de la Catedral de Burgos se depositaron sus restos y los de su esposa doña Jimena, en una sobria tumba bajo el deslumbrante cimborrio. El solemne acto fue presidido por el rey Alfonso XIII.
En un lugar señalado del claustro alto de la Catedral se expone el llamado Cofre del Cid, un arcón medieval que tradicionalmente se ha relacionado con el que aparece en la obra literaria del ‘Cantar de Mio Cid’. Mediante un ingenioso ardid Rodrigo Díaz de Vivar y Martín Antolínez —su vasallo más fiel— consiguieron que los prestamistas judíos Raquel y Vidas les entregaran, a cambio de dos arcas llenas de arena, 600 marcos, una mitad de oro y la otra de plata. En realidad, el cofre en cuestión es un arcón del siglo XIII-XIV en el que se guardaban bajo llave algunos de los más valiosos documentos del cabildo de la Catedral.
<<Con vuestro consejo quiero construir dos arcas; llenémoslas de arena, que sean muy pesadas, forradas de rico cuero y bien claveteadas. Los cueros bien bermejos y los clavos dorados. Id a buscarme enseguida a Raquel y a Vidas.>> (Cantar, 85).
Este monumental arco de triunfo, levantado por Francisco de Colonia, Juan de Vallejo y Ochoa de Arteaga a partir de 1536, quiso ser un homenaje de la ciudad a Carlos I y a los protagonistas de la historia de Burgos. Si en su fachada principal destaca una especie de gigantesco retablo en piedra con las esculturas de los héroes burgaleses —entre ellas y en la hornacina superior derecha la del Cid Campeador— rodeando al emperador, en su interior se puede visitar la sala de Poridad, donde se conserva el radio del brazo con el que don Rodrigo empuñaba su legendaria espada Tizona.
En el paseo del Espoloncillo se erigió en el año 1947 un sencillo monolito —diseñado por el escultor Félix Alonso— para conmemorar el lugar de la glera, zona de abundante cascajo depositado por las crecidas del río, donde acampó el Cid Campeador con su mesnada, la primera noche de su cantado destierro.
En la Edad Media el lugar, que estaba despoblado y en cuyas inmediaciones existían productivos viñedos, solía ser utilizado para pasar la noche por los viajeros y comerciantes que, por llegar más tarde de la puesta de sol, se encontraban las puertas de la ciudad cerradas.
El puente de San Pablo sobre el río Arlanzón y la estatua ecuestre del Cid Campeador forman un conjunto monumental en homenaje al más famoso y legendario héroe burgalés. Las dos obras artísticas, que alcanzan una elevada relación espacial, fueron inauguradas durante la década de los años cincuenta del pasado siglo XX, en plena dictadura franquista.
Tras sucesivas reformas y ampliaciones, el puente de San Pablo se convirtió en una auténtica vía triunfal de tema cidiano. Ocho pétreas esculturas de personajes relacionados con la vida de Rodrigo Díaz de Vivar, labradas en granito por el alavés Joaquín Lucarini —con orígenes italianos y de filiación anarquista— campean sobre el puente. Álvar Fáñez, Martín Muñoz, Martín Antolínez, Diego Rodríguez, el obispo Jerónimo Visque, Ben Galbón, san Sisebuto y doña Jimena, encaramados sobre altos pedestales, hacen los honores a un Cid Campeador, que preside el monumental conjunto desde su impactante estatua ecuestre.
Fundida en bronce por Juan Cristóbal, con la colaboración del arquitecto Fernando Chueca Goitia, se ha convertido en el icono más representativo de la legendaria personalidad del héroe burgalés. Desde su solemne inauguración en 1955, la figura del Cid Campeador ha quedado íntimamente ligada a la simbología creada por el prestigioso escultor almeriense: luenga barba, espada en alto, capa al viento, tupida loriga y actitud desafiante a lomos de su brioso corcel Babieca. Situada sobre un alto pedestal y en el centro de la plaza de Mio Cid, se ha convertido en uno de los motivos más conocidos y fotografiados de la ciudad de Burgos.