Enrique del Rivero 28 de mayo, 2021 · 4 minutos
A menos de dos kilómetros de Pérex, localidad situada en el Valle de Losa, se localiza una llamativa construcción de piedra que fue empleada para batir y capturar al animal más temido por las gentes de estas norteñas comarcas burgalesas: el lobo. La lobera de La Barrerilla es la mejor conservada de Las Merindades y una de las más señaladas de toda la península Ibérica.
Estas curiosas construcciones, auténticas joyas de la arquitectura popular, eran un tipo de trampas fijas que servían para batir y capturar a los lobos que vivían en la zona. Su estructura, que denotaba el profundo conocimiento del territorio y de las costumbres del temido depredador, consistía en dos altas paredes —cerca de tres metros de altura— convergentes, levantadas en seco con sillarejos de piedra, que acaban a modo de embudo en un profundo foso en el que se atrapaban los temidos carnívoros. El foso era lo bastante profundo para que el lobo no pudiera escapar de él.
El método para capturar los abundantes lobos que poblaban todos los montes de Las Merindades consistía en realizar una batida con perros y ojeadores que conducían a los animales hasta la entrada de la lobera. En el caso de La Barrerilla de Pérex estaba muy bien estudiada la topografía del terreno. Así, mientras en el flanco derecho de la trampa se tuvo que levantar un muro de más de 500 metros de longitud; en el lado izquierdo, se aprovechó la profunda caída hacia el Valle de Losa, para que la pared fuese bastante más corta.
Una vez dentro de la trampa, el lobo era azuzado desde unos refugios de piedra, llamados esperas o cabañuelas, para evitar su retroceso. Los muros del tramo final tenían una especie de alero para impedir el salto de los lobos en su último y desesperado intento de huida. Una vez en el foso el lobo era sometido a una especie de juicio popular en el que se le acusaba de todos los desmanes que había cometido. Posteriormente su cadáver era paseado por los pueblos de la zona.
En el Valle de Losa existían unas Ordenanzas para regular la caza de los lobos y el correcto uso de las loberas. Las que han llegado hasta nosotros datan del siglo XVIII, con reformas de principios del XX, pero seguro que se basan unas reglamentaciones mucho más antiguas. A continuación, se transcriben algunos de sus párrafos.
“Tienen la policía de perseguir a los lobos y a las demás fieras, por lo que en sus montes y hacia aquellos parajes, tienen hecho hoyas sumamente hondas y de labios exteriores dobles, dos paredes bastante altas a piedra seca, que van abriendo, al paso que se prolongan, hasta abrazar buena parte del monte”.
“Las ordenanzas generales mandan que el primero que vea al lobo o alguna mortandad, si ha ejecutado, pique las campanas de su pueblo de aquel modo que tiene determinado y a la voz de ellas, todo vecino de la Junta en que sucede, dejando toda labor, acuda a incorporarse con el resto de los habitantes de los pueblos”.
“Cuando a los que toca ser batidores conocen que los escopeteros han podido tomar esos sitios, echan su batida dirigiéndola a incluir la fiera entre las citadas paredes, lo que no es difícil; los perros que llevan para ello hacen que corra con violencia”.
Las loberas, un valioso y singular patrimonio etnográfico, son casi con seguridad de origen prehistórico y fueron utilizadas con efectividad hasta mediados del siglo XX. En Las Merindades, además de la de Pérex, restaurada hace unos años, se mantienen en pie los restos de otra serie de trampas fijas de piedra para los lobos: Berberana, también rehabilitada, Castrobarto, Relloso, Espinosa de los Monteros, Villabasil, Río Losa y Huidobro.
Desde Burgos hay que enlazar, a través de Briviesca, Cornudilla y Oña, con Trespaderne. En esta última localidad se debe tomar la carretera, BU-550, que enfila hacia el Puerto de Angulo y al llegar a la altura de Quintanilla la Ojada desviarse hacia Castriciones y Pérex. A la entrada de esta localidad parte una señalizada pista que por la derecha conduce a las inmediaciones de la lobera de La Barredilla. Aunque de puede realizar parte del trayecto en coche no es mala idea acercarse caminando. En total son cuatro kilómetros, entre ida y vuelta, sombreados por un denso y bien conservado pinar.