Enrique del Rivero 17 de julio, 2020 · 4 minutos
La mejor manera para sentirse burgalés en Burgos es comenzar cualquier visita a la ciudad por El Espolón, el paseo por antonomasia de esta histórica urbe castellana. Hay que aprender a demorarse entre las hileras de los entrelazados plátanos de sombra que festonean su andén principal y mirar y dejarse ver, como han venido haciendo ininterrumpidamente los nativos a lo largo de sus 200 años de historia. Festoneado por bellas casas modernistas que contrastan con los clasicistas edificios del Consulado del Mar y el Ayuntamiento, en su andén superior se localizan varias fuentes y ocho esculturas de piedra donadas por Carlos III e Isabel II, que representan a personajes ligados a Burgos.
El Espolón burgalés, situado entre los puentes de San Pablo y Santa María, es uno de los paseos más conocidos de España. Sus más de 200 años de existencia lo han convertido en uno de los puntos clave dentro del entramado de la ciudad del Arlanzón. Sendas filas paralelas de entrelazados plátanos de sombra conectan las dos entradas de su andén superior, custodiadas por el isabelino Teatro Principal y el renacentista arco de Santa María.
Los orígenes más remotos del paseo del Espolón hay que buscarlos a finales del siglo XVI, cuando el concejo de Burgos quiso adecentar el espacio que existía entre la muralla y el Arlanzón, a la altura de la puerta de las Carretas. Sin embargo, los burgaleses tendrían que esperar cerca de doscientos años para ver surgir el embrión de lo que en la actualidad es su paseo más señalado. Así, y a partir de la segunda mitad del siglo XVIII, superada una larga época de decadencia, comienzan a cuajar los sucesivos proyectos que transformarían la antigua y medieval ronda del Espolón —entre las puertas de Santa María y San Pablo— en un saneado y elegante paseo para el disfrute de la ciudad.
La inauguración en 1791 de las nuevas Casas Consistoriales, sobre el solar de la antigua puerta de las Carretas, aconsejaron el derribo de las murallas anexas y la elaboración de un proyecto —solicitado al arquitecto González de Lara, el mismo que diseñó el nuevo Ayuntamiento—, para la construcción de una serie de jardines que ocuparían el espacio libre entre el cauce del río Arlanzón y las traseras del recién estrenado edificio consistorial. Desde entonces se han ido sucediendo las reformas —incluso durante la ocupación de las tropas napoleónicas— que han configurado la fisonomía y personalidad del Espolón.
El paseo, que cuenta con varios salones o andenes paralelos, no presenta un estilo plenamente uniforme. Todavía se perciben las huellas clásicas de su primitivo diseño dieciochesco, como “jardín arquitectónico”, mezcladas armoniosamente con las más modernas líneas del “jardín romántico” de origen francés. Una de las reformas más acertadas fue la de sustituir las viejas acacias y tilos que festoneaban su salón principal por una doble hilera de plátanos de sombra. Estos árboles, de grandes y palmeadas hojas caducas, pueden podarse con formas caprichosas y sus entrelazadas ramas son capaces de formar un largo y umbrío túnel verde.
En 1795, tras donación expresa de Carlos III, se instalaron en el centro del Espolón cuatro estatuas procedentes de la balaustrada del palacio real de Madrid. Representan a cuatro personajes ligados con la historia de Burgos: Fernán González, Fernando I, Alfonso XI y Enrique III. A estos “Cuatro Reyes” se les sumaron un siglo después, donados esta vez por Isabel II, otras cuatro estatuas de estilo neoclásico —Wamba, Alfonso VI, Juan II y san Millán de la Cogolla— que fueron situadas en los extremos equidistantes del andén central del paseo. Las ocho estatuas se alzan sobre elevados pedestales de piedra de Hontoria.
Situado en pleno centro, es el paseo más bello y conocido de la ciudad. Verdadero ente vivo y cambiante, cada estación del año viste sus mejores galas en este entrañable y concurrido rincón burgalés. En los días más calurosos del verano —pocos, pero alguno sí que hay— es un placer sentarse en alguna de sus terrazas para degustar la sombra y el frescor de sus entrelazados plátanos. Los amantes de la naturaleza, esos que siempre llevan consigo unos pequeños prismáticos, tendrán la necesidad de asomarse al río Arlanzón, que perfila el paseo por su flanco meridional, y con un poco de suerte contemplar alguno de los habitantes de sus riberas: ánades, garzas, fochas, gallinetas de agua e, incluso, alguna juguetona nutria. Al paseo del Espolón se accede desde sus dos extremos, puentes de San Pablo y Santa María, o desde la Plaza Mayor, por el amplio pórtico del neoclásico edificio del Ayuntamiento.