Enrique del Rivero 18 de noviembre, 2020 · 3 minutos
En Castrosiero se conjugan un denso pasado y un atractivo entorno natural. En lo más alto de esta acrópolis natural se alza la ermita de las santas Centola y Elena, un pequeño templo de tradición tardovisigoda, fechado a finales del siglo VIII que puede considerarse como una de las basílicas cristianas más antiguas que se conservan en Burgos.
La peña de Castrosiero tiene forma troncopiramidal, se levanta unos 200 metros sobre el nivel del río Rudrón y está rematada por un macizo y duro bloque de calizas turonenses. Su carácter casi inaccesible y su situación estratégica propició que desde los tiempos prehistóricos distintas gentes y culturas lo eligiesen para instalar en su cima puntos de vigilancia y defensa.
Los romanos y, sobre todo, los visigodos siguieron utilizando la fortaleza natural de Castrosiero para controlar militarmente a los montañeses que vivían al norte del “limes” formado por el río Ebro. A principios del siglo VIII y debido a los golpes del islam, el estado visigodo entró en crisis. Algunos de sus nobles quedaron totalmente aislados, pero siguieron ejerciendo su labor de vigilancia. Este puede ser el caso del “senior” Fredenandus y de su esposa Gutina que además de encontrar refugio en Castrosiero mandaron edificar una sencilla iglesia en honor a dos veneradas santas burgalesas, Centola y Elena, que según una tradición fueron martirizadas en ese lugar en tiempos de Diocleciano.
El templo es de tradición tardovisigoda, finales del siglo VIII, y presenta una sola nave de planta rectangular con ábside cuadrado. Sus muros son de mampostería y sillarejo y el arco de triunfo del presbiterio insinúa su primitivo trazado en herradura. En la cabecera, cubierta con bóveda de cañón, se abre una pequeña ventana en forma de aspillera, con arco de herradura y culminada por una inscripción. En la misma se consigna el nombre de los fundadores, la fecha de su consagración, año 782 de nuestra Era, y aparece un elemento decorativo que recuerda el árbol de la vida.
También desde Castrosiero se controló, en los siglos posteriores, la intensa actividad repobladora que vivió esta zona del alto Ebro burgalés. En su inaccesible peñasco estuvo instalado, como así lo atestigua un documento fechado en el año 945, el castillo del importante alfoz altomedieval de Siero. Con el tiempo y al desplazarse las fronteras hacia tierras más meridionales, perdió todo su valor estratégico y político y tuvo que ceder su capitalidad a la cercana localidad de Sedano.
En Valdelateja hay que tomar el camino que se dirige hacia el balneario. Siempre por la orilla del río y después de cruzar —también por el camino público paralelo al Rudrón— las instalaciones de este cerrado establecimiento, se alcanza una pasadera por la que se salva el Rudrón. En sus cristalinas aguas, repletas de truchas, tienen sus cazaderos algunas parejas de nutrias.
Desde el puente parte un sendero que deja atrás el bosque de ribera, formado por alisos, chopos, arces, tilos y sauces, y asciende envuelto por una tupida masa forestal en la que predominan los quejigos. Se llega al primer cruce y se toma el camino de la derecha que continúa subiendo. Sin hacer caso a otra desviación a la derecha se desemboca en la calzada que asciende desde Valdelateja.
Se toma el antiguo camino empedrado hacia la derecha y enseguida se alcanzan las ruinas de Siero, desde donde hay que seguir ascendiendo, por el señalizado sendero, hasta lo alto de Castrosiero. Buitres leonados, alimoches y águilas reales, entre otras rapaces, sobrevuelan la zona.
Para regresar hasta Valdelateja se puede volver por el mismo camino o bien bajar por la empedrada calzada que lleva directamente hasta el pueblo.
Para llegar hasta Valdelateja hay que salir de Burgos por la carretera de Santander, N-623. Tres kilómetros después de pasar San Felices se localiza el ramal asfaltado que, por la derecha, desciende hasta el pueblo.
Dificultad: baja, con una suave subida
Distancia y tiempo: 5,5 kilómetros y dos horas y media.
Más información: www.valledesedano.org